Es evidente que resulta muy complejo hablar en bien o en mal de una persona, y más si esa persona es un primo hermano y por añadidura médico…a quién todos los integrantes de esta, nuestra familia, debemos favores , que por mucho que te mates, nunca se pagan…
Es de cajón que todos diremos lo mismo recordando tiempos pasados y momentos entrañables vividos juntos: Navidades, Años nuevos, Comuniones y un largo etc., pero yo tengo una pequeña ventaja sobre los demás: le conocí a mediados del siglo pasado cuando vinimos por primera ves a España tras más de treinta años de exilios. Yo tendría cerca de 20 años y él probablemente pañales.
Nuestra llegada fué vitoreada por toda la familia pero aparte de los padres Enrique, Manuela y sus seis hujos, apareció la cabecita rubia de un bebé. Ese chérubin (querubin) era Enrique, el último de la saga.
Los tiempos eran difíciles y un septimo hijo no arreglaban las cosas. Al principio mi tía Manuela le dijo a su hermana (mi madre) que era el hijo de una vecina y mi madre le contestó: » Manuela no me puedes engañar es la pura imagen de nuestro querido padre.»
No voy a relatar todos los avatares de su propia vida porque nadie conoce en propfundidad los altibajos ajenos pero, he empezado hablando de su niñez, y quiero terminar con un relativo presente que para mí define el carácter, la bondad, y ese afán de paz entre los hombres .
Los últimos once años de su vida, Manuela las pasó en nuestra casa, con su hermana, su hija y su sobrino, porque siempre estaba dispuesta a ayudar a cualquier hijo/hija en dificultad. De esos once años pocos fueron los días que Enrique faltaba a la cita de venir a casa en horas tardías de la noche a darle un beso a su madre.
Sus jordanas eran interminables. Estudiaba, trabajaba con el agotador pluriempleo de regor, que ya existía antes de nuestro catastrófico año 36.
Siempre he alabadado ese gesto de bondad, de sacrificip y no quiero recordar cuando tuvo que salir de la sala donde acababa de fallecer mi querida tía Manuela y dar la noticia a sus hermano/as que esperaban en los pasillos del hospital.
Enrique, como todo ser humano tendra sus defectos pero tambien sus virtudes. Sigue el linaje de la familia, nunca le he oido levantar la voz, las peleas no existen para él, es pacífico en extremo, le gusta ayudar a los demas y el sextante que ha puesto para llevar adelante su querida familia, ha sido impecabñe.
Quiero felicitarle por su abnegado viaje a Lourdes con el equipo médico de los 18 autobuses de enfermos que salieron de Madrid, y él como medico permanente del autobus 16 durante los cinco días que duró ese viaje. Y, haber llevado a su hermana Pepita, con sus dolencias, en e sa peregrinación es para mi, la gota qie colma el vaso.
El mundo está falto de personas como Enrique…amante de sus semejantes y medico vocacional.
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